Los alumnos de Literatura Universal de 4º ESO, después de profundizar en el género de la distopía y en las obras distópicas de la literatura, intentaron escribir un texto con las características de estas composiciones. Uno de los relatos distópicos que crearon fue el que presentamos a continuación:
NO CONFÍES EN UN MAÑANA
Cierro mis ojos. Intento
concentrarme en escuchar algún sonido procedente del exterior. Nada, ni un
liviano susurro del viento. Debería ser otoño. Nada, ni el crujir de una hoja
bajo la bota del vigilante. Quizá ya no haya aire, ni árboles, ni siquiera guardián de este nauseabundo laboratorio. Me
angustia el riesgo de asfixia. Aunque especulo con la liberadora posibilidad de
que la falta de oxígeno acabe rápidamente con la agonía de saber que estamos
abocados a morir. Agito la cabeza en claro gesto de desaprobación. Me reprocho
a mí mismo la actitud derrotista. Sólo es cansancio- me perdono sin mucho
convencimiento.
Hace ya una década que la
devastación azota el planeta. El armamento químico utilizado en la tercera
guerra mundial liberó un virus letal que muta rápidamente.
La Organización Mundial de la Salud
coordinó durante años una acción internacional para encontrar una vacuna
eficaz. La escasez de recursos humanos y materiales hizo que ésta fracasara.
Actualmente la menguada población humana que aún resiste se concentra
malviviendo míseramente en el norte de la desaparecida Europa.
Una oligarquía de antiguos
mandatarios internacionales que sobrevivieron en búnkeres tiraniza a los
endebles súbditos. Aquellos que manifiestan cualquier posible síntoma de enfermedad
son asesinados sin miramientos sobre su condición de niño o adulto.
Estos sanguinarios se aferran a una
existencia que se escapa a la raza humana, condenada a extinguirse, al igual
que la mayoría de especies de seres
vivos ya desaparecidos.
Altos mandos del régimen han puesto
en marcha una nueva medida de cuya crueldad soy víctima. Los científicos y médicos
supervivientes estamos encarcelados en un desmantelado laboratorio. El virus
mortal ha sido inoculado a nuestros hijos o parientes más cercanos para
asegurarse de que trabajaremos sin descanso y con el máximo interés por
encontrar la ansiada vacuna. Una vez infectado la esperanza de vida no supera
el mes. En niños no más de tres semanas.
Durante unos minutos al día nos
permiten visitarlos. Mi hija aún no ha manifestado los síntomas. No tardará más
de unas horas en comenzar con febrícula, después la temperatura irá en aumento.
Su mirada refleja terror. Me gustaría poder sentir el tacto de su mano sin este
aparatoso traje protector. Realizo una promesa que tengo escasas posibilidades
de cumplir.
Somos siete los investigadores
retenidos. Cuatro hombres y tres mujeres en una prueba contrarreloj compitiendo
contra la pandemia más virulenta conocida por el ser humano.
Se nos acaba el tiempo. El niño del
Doctor Simmons probablemente no supere una noche más.
La Doctora Frye arroja con ira una
probeta contra la vitrina. Un frasco derrama su contenido contaminando las
muestras que estábamos analizando.
Nos apresuramos a comprobar las
consecuencias del desaguisado que la mujer ha provocado con su arrebato.
Su acto de rabia ha podido
complicarnos todavía más las cosas. Descubrimos con espanto que el recipiente
contiene un virus actualmente erradicado.
Algunos de los presentes recriminan
la actitud imprudente de la facultativa. Me abstengo de participar en la
discusión. Examino con detenimiento la
disolución resultante de la accidental unión entre los genomas del extinto
sarampión y el microorganismo letal que nos ocupa.
Interrumpo la azorada conversación
de mis compañeros. Comparto con ellos mi incredulidad. La cápsida de la
mortífera toxina se debilita dejando de proteger su genoma al entrar en
contacto con el sarampión común.
Una enfermedad erradicada a finales
del siglo XX puede ser nuestra salvación.
Contenemos nuestro júbilo.
Contagiar de sarampión a enfermos tan inmune deprimidos puede provocar
igualmente la muerte o incluso precipitar el desenlace.
- ¡Selección natural!-exclama el
profesor Gamboa. La raza humana está al borde de su desaparición. La única
esperanza es que sobrevivan los más aptos. Quizá el darwinismo social tenga
ahora más sentido que nunca.
- Valerse de una teoría evolutiva
para forzar desde un laboratorio que resistan los genéticamente superiores se
me antoja repugnante. Aunque entiendo que es la única opción –asevera Frye.
- ¿Entonces todos de acuerdo?- Los
siete asentimos sin despegar la vista del suelo. Tan indeseable medida no nos
permite ningún gesto entusiasta de confirmación.
- Si queremos dar una oportunidad a
la humanidad, debemos ir más allá. Recordad por qué estamos aquí. ¡Quizá sea tarde
para algunos de nuestros familiares contagiados cruelmente por criminales! Pero
si vamos a propagar un bacilo para acabar con otro confiando en que los
organismos más fuertes generen defensas por sí mismos para librarse del
segundo, ¿por qué no liberarles nosotros de un sistema despótico y criminal?-
razona el doctor Holmes.
- Estoy de acuerdo- afirmo coléricamente. El resto de voces se unen a mí.
- Reflexionemos sobre los pasos a
seguir. Primero, sin más demora, debemos infectar a nuestros hijos de sarampión y
confiar en que puedan sobrevivir.
- Para salir de aquí comunicaremos
al gobierno que hemos encontrado una vacuna. Nos pedirán resultados, por lo
que esperaremos a la recuperación de
alguno de los niños. Ellos pensarán que realmente se trata de una vacuna. Les
inmunizaremos contra el sarampión para impedir que puedan contraerlo y a su vez
les transmitiremos el germen de la epidemia. Al no poder desarrollar el primero, fallecerán.
- Pero posiblemente desconfíen y
nos pidan que nos administremos parte de la dosis nosotros en su presencia –
palidece la profesora Everdeen.
- Sí, también lo tengo previsto-
continúa Holmes. Así que previamente debemos inyectarnos la mortal carga viral,
posteriormente contraer el sarampión. Debemos ser conscientes de que no todos
sobreviviremos. Si superamos ambas enfermedades, la dosis de la vacuna del
sarampión contaminada con la infección devastadora no nos hará ningún efecto,
ya que tendremos anticuerpos suficientes en nuestro organismo. Volver a
desarrollar cualquiera de los dos procesos víricos es científicamente
imposible.
Los días transcurren lánguidamente.
Sólo tres chiquillos han conseguido curarse. Entre ellos mi pequeña Raquel. Yo
aún estoy muy débil aunque creo que resistiré.
Tres científicos del grupo han fallecido.
Hemos vacunado a todos los
despóticos oligarcas. Les convencimos de que con tan escasos medios sólo
podíamos generar unas doscientas dosis. Su egoísmo les llevó a apoderarse de
todas las vacunas para ellos y los suyos. Por lo que hacerles caer en la trampa
fue relativamente sencillo.
El aliento gélido de la parca ha
invadido cada rincón de los bunkers.
Su regimiento de secuaces ha
desertado huyendo de un posible contagio. El gobierno ha sido derrocado.
Nos han liberado. En el exterior
impera el caos.
Deambulo sin rumbo apretando el
enjuto cuerpo de mi hija contra mi pecho.
Sombrías danzas de hambruna y
muerte se retuercen en las calles.
No obstante, sonrío. Un halo de
esperanza se vislumbra en la asolada ciudad.
La humanidad se abre camino. Cada
vez hay más personas que han vencido la infección.
Confío tanto en la capacidad de
regeneración del ser humano como en su instinto devastador.
El hombre resurgirá, construirá,
prosperará. Después, volverá a autodestruirse irremediablemente. Así una y otra
vez.
Alejandro
González Anievas, 4º ESO
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